
Hace años que de una forma u otra soy profesora de idiomas, sobre todo de ELE. En la actualidad lo soy, además, como autónoma. Nunca ha sido esta, la de “emprendedora” como dicen ahora, mi vocación, pero al final la vida te lleva por donde menos te lo esperas.
En los tiempos en que trabajé para academias mi situación laboral fue extremadamente precaria: fundamentalmente sin contrato (y sin la formación necesaria, en realidad, algo de lo que me arrepiento mucho) y teniendo que estar disponible 24/7 “por lo que pudiera surgir”. El tipo de trabajo que puedes (aunque no debes) tragar mientras estudias pero que de ninguna forma es, digamos, profesionalizante.
De esta forma, llegamos a la situación actual: AUTÓNOMA. La jefa de mí misma ¿verdad? Yo marco mis jornadas, mis precios, qué quiero ofrecer. Es el mercado. Y, como me dijo un buen amigo (profesor autónomo también, aunque en su caso de guitarra), “¿para qué quieres trabajar en una academia estando las cosas como están?” Lo peor es que en un 95% de los casos tiene razón.
En los tiempos en que trabajé para academias mi situación laboral fue extremadamente precaria: fundamentalmente sin contrato (y sin la formación necesaria, en realidad, algo de lo que me arrepiento mucho) y teniendo que estar disponible 24/7 “por lo que pudiera surgir”. El tipo de trabajo que puedes (aunque no debes) tragar mientras estudias pero que de ninguna forma es, digamos, profesionalizante.
De esta forma, llegamos a la situación actual: AUTÓNOMA. La jefa de mí misma ¿verdad? Yo marco mis jornadas, mis precios, qué quiero ofrecer. Es el mercado. Y, como me dijo un buen amigo (profesor autónomo también, aunque en su caso de guitarra), “¿para qué quieres trabajar en una academia estando las cosas como están?” Lo peor es que en un 95% de los casos tiene razón.
Sin embargo, de lo que he venido a hablar después de esta larga introducción no es de la situación en academias ni de los pasos tan necesarios que habrá quedar, para eso están compañeros con mucho más a sus espaldas en este sentido. En lo que yo me voy a centrar es en la autoexplotación y lo precario que es el trabajo del autónomo y del peligro de la atomización.
Desde que soy autónoma tengo, más o menos, los siguientes trabajos: profesora, coordinadora, maquetadora de materiales, una suerte de desarrolladora web, redactora de contenidos y gestora. De redes sociales y marketing no hablo porque se me hace muy cuesta arriba, pero sé de muchos compañeros que a estas alturas son expertos. A la vez, sigo atentamente el mundo del ELE online, del “montar tu propio negocio”, etc. En todas partes, con algunas excepciones, me encuentro con mensajes orientados a autoexplotarnos sin rubor y de buena gana. Porque es un lujo trabajar en algo que te apasiona, porque las horas pasan volando cuando estás haciendo lo que quieres así que no pasa nada si llevas trabajando 10 horas, porque somos muy afortunados de poder hacer algo que nos apasiona.
Como en otros mil campos, se nos ha filtrado también aquí un batido de pensamiento positivo, productividad y actitud proactiva que de forma consciente o inconsciente se dirigen, fundamentalmente, a provocarnos un sentimiento de incomodidad y fracaso cuando no estamos trabajando todo lo que “deberíamos”. La oportunidad de marcarnos a nosotros mismos unas buenas condiciones laborales se ve, así, completamente asfixiada. Sin embargo, no podemos echarnos por completo la culpa de esto. La percepción social de las clases particulares nos lleva inevitablemente a tener que rebajar nuestros precios multiplicando el trabajo que tenemos que hacer para llegar a un salario mínimo. Por otra parte, tenemos que llegar a una serie de mínimos para pagar facturas, suscripciones, cuotas y, en fin, para comer.
Todo esto me lleva a lo segundo de lo que me gustaría hablar: la atomización. Imagina que trabajas en una academia y un mes no os pagan, al siguiente os quitan alumnos y al siguiente os prohiben ir al baño durante las clases (esto ocurre, no es un ejemplo aleatorio). Lo hablas con tus compañeros, os retroalimentáis y, si hay cierta unión, puede que hagáis un frente común. Ahora imagina que trabajas sola todo el tiempo y que tienes entre 15 y 30 jefes. Algunos son buenos jefes, otros ni siquiera son consciente del poder que tienen sobre ti, pero otros serán informales, tiranos y muy maleducados. Lo hablas con la gente que tienes a tu alrededor, pero puede que estén hartos de escucharte hablar sobre el trabajo y, sobre todo, no pueden ponerse realmente en tu lugar. Muy a menudo, por lo tanto, asumes que lo que estás tragando es lo que tienes que tragar.
El año pasado, supe de un grupo de profesoras nativas de inglés en una ciudad pequeña de España que habían creado un grupo en el que establecían cosas como el precio mínimo de las clases para no hacer competencia desleal y tenían una especie de red de apoyo. Soy consciente de que algo así es solo posible en contextos muy específicos, pero me parece una idea interesante de la que partir. Es innegable que en mucho ámbitos nos dirigen hacia el trabajo independiente, trabajos que antes implicaban un contrato ahora requieren ser autónomo (o freelance, esa figura que está en una especie de limbo en nuestro país) y, en el peor de los casos, falso autónomo. De esta manera, somos cada vez más entes aislados sin capacidad de asociación y, por tanto, sin el apoyo o el consejo de nuestros compañeros. Ya no existen otros puntos de vista entre iguales, solo referencias en internet donde se nos da un imagen muy concreta de lo que deberíamos ser porque “¿cómo voy a poder vender mis productos y servicios si reconozco que a veces estoy cansada y harta y farfullando ‘abajo el trabajo’ mientras corrijo la enésima redacción?”.
Hace unos meses supe de de la existencia de Profesión ELE y desde el principio pensé en unirme por todo esto. Tener un frente común y una red de apoyo es algo de vital importancia para cualquier tipo de trabajador pero tal vez lo es incluso un poquito más en nuestro caso. Si creamos y debatimos un marco dentro del cual actuar, tal vez consigamos vernos muchísimo menos sobrepasados por el estrés, la falta de vida y las condiciones económicas inasumibles.
Desde que soy autónoma tengo, más o menos, los siguientes trabajos: profesora, coordinadora, maquetadora de materiales, una suerte de desarrolladora web, redactora de contenidos y gestora. De redes sociales y marketing no hablo porque se me hace muy cuesta arriba, pero sé de muchos compañeros que a estas alturas son expertos. A la vez, sigo atentamente el mundo del ELE online, del “montar tu propio negocio”, etc. En todas partes, con algunas excepciones, me encuentro con mensajes orientados a autoexplotarnos sin rubor y de buena gana. Porque es un lujo trabajar en algo que te apasiona, porque las horas pasan volando cuando estás haciendo lo que quieres así que no pasa nada si llevas trabajando 10 horas, porque somos muy afortunados de poder hacer algo que nos apasiona.
Como en otros mil campos, se nos ha filtrado también aquí un batido de pensamiento positivo, productividad y actitud proactiva que de forma consciente o inconsciente se dirigen, fundamentalmente, a provocarnos un sentimiento de incomodidad y fracaso cuando no estamos trabajando todo lo que “deberíamos”. La oportunidad de marcarnos a nosotros mismos unas buenas condiciones laborales se ve, así, completamente asfixiada. Sin embargo, no podemos echarnos por completo la culpa de esto. La percepción social de las clases particulares nos lleva inevitablemente a tener que rebajar nuestros precios multiplicando el trabajo que tenemos que hacer para llegar a un salario mínimo. Por otra parte, tenemos que llegar a una serie de mínimos para pagar facturas, suscripciones, cuotas y, en fin, para comer.
Todo esto me lleva a lo segundo de lo que me gustaría hablar: la atomización. Imagina que trabajas en una academia y un mes no os pagan, al siguiente os quitan alumnos y al siguiente os prohiben ir al baño durante las clases (esto ocurre, no es un ejemplo aleatorio). Lo hablas con tus compañeros, os retroalimentáis y, si hay cierta unión, puede que hagáis un frente común. Ahora imagina que trabajas sola todo el tiempo y que tienes entre 15 y 30 jefes. Algunos son buenos jefes, otros ni siquiera son consciente del poder que tienen sobre ti, pero otros serán informales, tiranos y muy maleducados. Lo hablas con la gente que tienes a tu alrededor, pero puede que estén hartos de escucharte hablar sobre el trabajo y, sobre todo, no pueden ponerse realmente en tu lugar. Muy a menudo, por lo tanto, asumes que lo que estás tragando es lo que tienes que tragar.
El año pasado, supe de un grupo de profesoras nativas de inglés en una ciudad pequeña de España que habían creado un grupo en el que establecían cosas como el precio mínimo de las clases para no hacer competencia desleal y tenían una especie de red de apoyo. Soy consciente de que algo así es solo posible en contextos muy específicos, pero me parece una idea interesante de la que partir. Es innegable que en mucho ámbitos nos dirigen hacia el trabajo independiente, trabajos que antes implicaban un contrato ahora requieren ser autónomo (o freelance, esa figura que está en una especie de limbo en nuestro país) y, en el peor de los casos, falso autónomo. De esta manera, somos cada vez más entes aislados sin capacidad de asociación y, por tanto, sin el apoyo o el consejo de nuestros compañeros. Ya no existen otros puntos de vista entre iguales, solo referencias en internet donde se nos da un imagen muy concreta de lo que deberíamos ser porque “¿cómo voy a poder vender mis productos y servicios si reconozco que a veces estoy cansada y harta y farfullando ‘abajo el trabajo’ mientras corrijo la enésima redacción?”.
Hace unos meses supe de de la existencia de Profesión ELE y desde el principio pensé en unirme por todo esto. Tener un frente común y una red de apoyo es algo de vital importancia para cualquier tipo de trabajador pero tal vez lo es incluso un poquito más en nuestro caso. Si creamos y debatimos un marco dentro del cual actuar, tal vez consigamos vernos muchísimo menos sobrepasados por el estrés, la falta de vida y las condiciones económicas inasumibles.
Texto escrito por Clara García (@Infinitivos), socia de Profesión ELE